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Hace unos meses estuve trabajando de prácticas en una farmacia. Una mañana, una mujer se acercó al mostrador pidiendo ciertos productos básicos para su hija que se iba de viaje: antimosquitos, tiritas, ibuprofeno, crema solar... Entre estos productos nos pidió amoxicilina. Yo le pregunté para qué era, ya que pensé que igual estaba enferma y se lo habían prescrito, pero ella respondió: “Es por si mi hija tiene dolor de garganta durante el viaje”.
Y aquí está el problema. La amoxicilina es un antibiótico de amplio espectro, es decir, útil para acabar con varios tipos de bacterias. El uso excesivo e inadecuado de antibióticos (como, por ejemplo, para un mero dolor de garganta que puede no estar asociado a infección) puede llevar al desarrollo de resistencia bacteriana. Esto se traduce en que las bacterias pueden volverse resistentes a los efectos de los medicamentos, haciendo a los antibióticos completamente inefectivos para eliminarlas, lo que dificulta su tratamiento. Por ejemplo, ciertas bacterias son capaces de desactivar las moléculas antibióticas mediante enzimas. Otras bacterias pueden presentar barreras de permeabilidad o bombas de expulsión, que impiden la entrada o favorecen la salida del antibiótico de la célula bacteriana.
Estos solo son algunos ejemplos, pues existen numerosos mecanismos para que una bacteria sea resistente. Pero la cuestión no es que una única bacteria sea resistente, ya que eso afectaría poco al tratamiento de una infección, porque las infecciones suelen estar causadas por grandes colonias de bacterias. El problema es precisamente este, que las bacterias se agrupan en colonias, que viven en comunidad, y tienen sistemas de comunicación entre ellas muy sofisticados y efectivos. Mediante estos sistemas son capaces de transmitirse unas a otras los genes necesarios para hacerse resistentes a los antibióticos, formando así colonias enteras resistentes y difíciles de eliminar. Además, muchos de estos sistemas de resistencia son válidos para múltiples tipos de antibióticos, por lo que, la tarea del tratamiento de estas infecciones por colonias resistentes parece casi inmanejable.
La resistencia a los antibióticos es una amenaza global para la salud pública. Puede afectar a la capacidad de tratar enfermedades infecciosas comunes y aumentar la propagación de infecciones resistentes. Las infecciones resistentes a los antibióticos son más difíciles de tratar y pueden ser más graves. Esto puede resultar en estancias hospitalarias más largas, mayores costes médicos y un mayor riesgo de complicaciones. Según la AEMPS (Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios), alrededor de 4.000 personas mueren cada año en España como consecuencia de infecciones provocadas por bacterias resistentes, el cuádruple de las muertes causadas por accidentes de tráfico.
Y este no es únicamente un problema nacional; según la OMS (Organización Mundial de la Salud), es un problema global. Esta misma organización es la que plantea que “si no se toman medidas urgentes, el mundo está abocado a una era post-antibióticos en la que muchas infecciones comunes y lesiones menores volverán a ser potencialmente mortales”.
Parece inminente la necesidad de una respuesta inmediata a este problema, que teniendo una naturaleza tan compleja cabe pensar que no será sencillo. Se está implementado el desarrollo nuevos antibióticos que sean capaces de combatir estas especies resistentes, lo cual parece una solución lógica y efectiva, pero no es de prever que ninguno de ellos sea eficaz contra las formas más peligrosas de algunas bacterias resistentes. Además, el desarrollo de nuevos antibióticos no ha seguido el ritmo necesario para contrarrestar la creciente resistencia. Pero la solución en realidad no es tan compleja; la clave está en el buen uso de los antibióticos ya existentes.
Es crucial promover el uso responsable de antibióticos, tanto en la atención médica como en la agricultura. Esto incluye educar a profesionales de la salud y al público sobre la importancia de completar los tratamientos y evitar la automedicación, esa es la clave. Abordar este problema requiere un enfoque multidisciplinario que involucre a profesionales de la salud, la industria farmacéutica, la agricultura y los responsables políticos. El problema de la resistencia a los antibióticos es complejo y requiere esfuerzos a nivel global para mitigar sus impactos y garantizar la eficacia continua de estos medicamentos esenciales.
Por tanto, tú lector, como posible usuario de antibióticos, tienes una gran parte en la resolución de esta crisis. El ayudar a resolver este gran problema de salud pública mundial puede estar en tus manos hoy. Entiendo que ahora estarás abrumado de información y no entiendes muy bien que puedes hacer tú concretamente. Bien, pues te dejo a continuación un listado de medidas que recomienda la OMS a la población general para prevenir y controlar la propagación de la respuesta a los antibióticos:
- Tomar antibióticos únicamente cuando los prescriba un profesional sanitario certificado.
- No pedir antibióticos si los profesionales sanitarios dicen que no son necesarios.
- Seguir siempre las instrucciones de los profesionales sanitarios con respecto al
uso de los antibióticos.
- No utilizar los antibióticos que le hayan sobrado a otros.
- Prevenir las infecciones lavándose frecuentemente las manos, preparando los alimentos en condiciones higiénicas, evitando el contacto cercano con enfermos, adoptando medidas de protección en las relaciones sexuales y manteniendo las vacunaciones al día.
- Preparar los alimentos en condiciones higiénicas tomando como modelo las cinco claves para la inocuidad de los alimentos de la OMS (mantener la limpieza, separar alimentos crudos y cocinados, cocinar completamente, mantener los alimentos a temperaturas seguras, y usar agua y materias primas inocuas), así como elegir alimentos para cuya producción no se hayan utilizado antibióticos con el fin de estimular el crecimiento ni de prevenir enfermedades en animales sanos.