Reflexión personal
De pequeña, recuerdo muchas tardes ver con mi prima “Hotel Dulce Hotel: Las Aventuras de Zack y Cody”. Esa y unas otras cuantas series nos encantaba ver mientras merendábamos, y una vez eres adulto lo comprendes. Es un rato de tiempo libre para tu cuidador, para tu padre, y por supuesto, también para la mente del niño que se entretiene ese rato. Sin embargo, a día de hoy, en una sociedad gobernada por la tecnología, el número de horas que mis primas y yo pasábamos frente al televisor en comparación con el que pasábamos disfrutando del tiempo con las personas de nuestra familia es simplemente ridículo en comparación con el que pasaría, ya no un niño de diez años, sino incluso de tres, a día de hoy.
En medio de las rutinas diarias, las ocupaciones, y las preocupaciones, se revela una magia genuina en el arte de estar completamente presente en la crianza y educación de los más pequeños, que tantas veces salen de su infancia sin esta brújula vital de una verdadera conexión con su familia. Educar no es solo transferir conocimientos, sino también cultivar valores que guiarán sus vidas. La honestidad, la empatía y la compasión no son solo conceptos; son actitudes que se transmiten a través de acciones que ven en otros. Solamente al estar presentes se modelan estos valores de una manera que resuene profundamente en el corazón de los niños, mucho más que cualquier lección teórica.
Hoy, sin embargo, creo que muchos de los momentos, y pequeñas oportunidades que tenemos a lo largo del día de conectar con los demás en una mirada, los perdemos mirando IPhones, tablets u ordenadores. Y creo, además, que la intensidad e importancia de esa mirada cuando es de un niño se multiplica de manera exponencial. Es muy fácil escuchar a alguien que, como mínimo, quiere dar el mismo nivel de vida que recibió, o mejor, a sus hijos y que así justifica sus infinitas horas frente al ordenador. Sin embargo, es difícil que para alguien esa frase trascienda más allá del dinero y lujos. En mi caso, igual que yo recibí cariño y atención, que no tengan que estar mirando una pantalla en sustitución de mi mirada, es a cuanto aspiro en el futuro y lo mínimo que no pienso dar de menos si un día soy madre.
Por otra parte, más allá de la emoción y lo subjetivo de las decisiones dentro de la relación de padres a hijos, son muchos los psicólogos y estudios avalados por la ciencia que defienden la importancia de unos padres conscientemente presentes con los niños. Por supuesto, no deja de ser un reto para las personas llamadas a sacrificarse y ejercer su voluntad, sin dejarse llevar por las redes de la tecnología, capaces de atrapar hasta los más disciplinados si no se tiene cuidado.
El desarrollo cognitivo de los niños es un aspecto vital que se nutre con nuestra presencia activa. Fuera de lo digital, las conversaciones y experiencias reales son las que moldean sus mentes en desarrollo. En estas interacciones, se establecen los cimientos del pensamiento crítico, la resolución de problemas y la chispa de la creatividad que iluminará sus futuros caminos. Cabe mencionar también, que una ausencia emocional deja cicatrices profundas en un niño. La presencia constante brinda seguridad emocional y un anclaje en este mundo; los fortalece, y les da la confianza necesaria para enfrentar cualquier desafío, sabiéndose apoyados.
En un mundo saturado de tecnología, donde los niños son bombardeados por estímulos digitales constantes, nuestra presencia adquiere un significado aun mayor. Establecer límites saludables y ofrecer alternativas enriquecedoras, como aventuras al aire libre, lecturas con ellos y actividades creativas, contrarresta el exceso de lo virtual, lo irreal y lo que es “parche” de un mundo que lucha por llamar nuestra atención en lo digital más de seis mil veces por día.
Con todo ello, creo que puedo decir con tranquilidad que las tardes de Disney Chanel fueron para mí un entrañable recuerdo, pero que, en el mundo actual, es cada vez de mayor urgencia la búsqueda de lo real, lo desvirtualizado y lo consciente en el desarrollo de los niños en todos sus niveles, y que la magia de la crianza quizá radique en el regalo diario de estar ahí para los niños que en cualquier otro regalo que se les pueda comprar.