Reflexión

Adopta y salva

Adopta y salva

Adopta y salva

Este texto fue escrito el 20 de noviembre de 2016, para el blog de un club escolar (Adopta y salva) que buscaba concienciar acerca del abandono animal. Se terminó leyendo en la radio y televisión, y se ofrece aquí una versión corregida de él.

Este texto fue escrito el 20 de noviembre de 2016, para el blog de un club escolar (Adopta y salva) que buscaba concienciar acerca del abandono animal. Se terminó leyendo en la radio y televisión, y se ofrece aquí una versión corregida de él.

Este texto fue escrito el 20 de noviembre de 2016, para el blog de un club escolar (Adopta y salva) que buscaba concienciar acerca del abandono animal. Se terminó leyendo en la radio y televisión, y se ofrece aquí una versión corregida de él.

Mar 11, 2024

Mar 11, 2024

Reconozcámoslo, tenemos en nuestros tiempos una vida muy estresante. Que se lo digan a los estudiantes que tienen 3 días para aprenderse 4 asignaturas. Al oficinista que está 8 horas intentando cuadrar unas cuentas con más agujeros que un gruyère con el aliento del jefe en la espalda. A la deportista a la que le exigen que cada día baje una milésima de segundo más su marca. Al mundo, en general, al que le ha tocado vivir una era donde todo es precario, donde Internet globaliza a veces más acoso que cultura, y en el que por trabajar 10 horas se ganan 300 €, por los que además hay que competir con decenas de personas recién salidas de la universidad y dispuestas a todo por conseguir el trabajo.

Por eso, cuando, cansados de todo, llegamos a casa y nos arrojamos al sofá, la mente desconecta de todo. Quitamos cualquier informativo que contenga ‘crisis’, ‘inflación’, ‘paro’ o ‘Putin’. Ponemos un rato a los vecinos de Mirador de Montepinar a que hagan el estúpido, y podamos reírnos viendo que alguien lo pasa mejor que nosotros. Le damos ‘me gusta’ a cualquier publicación de nuestra amiga. Cenamos con la pareja o con nuestra familia y nos tiramos en la cama hasta que el despertador nos despierte. Tenemos la conciencia tranquila. No hemos matado a nadie y hemos sobrevivido un día más.

Y sin embargo, no muy lejos de nuestra casa, alguien no tiene esa manta. Debería tener la conciencia más que tranquila por todo lo que ha pasado y, sin embargo, no puede evitar echarse la culpa de todo. Camina descalzo por la calle. La lluvia le destroza el cuerpo. Rezaría, si supiera, por una manta cien veces más fina de la que nosotros llevamos ahora. Consigue alcanzar un cuchitril de cartón. Quizá ha muerto por el camino, atropellado por un conductor borracho. Mutilado para la diversión de alguna pandilla callejera. Hambriento. Comiendo basura. Quizá esté soñando que ha llegado.

Algunos tienen un poco más de suerte y consiguen llegar al albergue. Tampoco es una bendición, no creamos. No saben que si en unos meses no encuentran dueño, la sombra de la guadaña se abatirá sobre ellos. El cariño y entrega de los voluntarios, a los que nadie intenta ni pagar una labor impagable, no compensan el vacío de la mirada de los animales. Caminan desorientados los primeros días, otros se acurrucan en un rincón de la pequeña jaula, aún culpándose de no haber seguido siendo divertidos después de las Navidades o de tener menos energía que cuando eran jóvenes. Los siguientes, dejan de vagar, porque han aprendido la lección: no hay pienso y lecho para todo el mundo.

Esperan en vano que alguien venga. Muchos coches pasan a su lado, pero ninguno se detiene. Si acaso, buscan algún cachorro y, de no encontrar uno de su gusto, se van enfadadísimos por el terrible drama de haberse gastado unos litros de gasolina. Siguen camino de una tienda de perros específicamente modelados y entrenados para gustar a la gente, mucho mejor que los desarrapados del albergue.

Los días pasan. Las miradas se tornan dolorosas. Unas palabras ininteligibles y unas caricias en el pelo. Una mañana por fin se abre la puerta de la jaula y alguien se lo lleva. La mirada del perro llena de esperanza, su corazón latiendo de felicidad. Lo conducen a una sala. Un señor vestido de blanco aparece y le clava algo. Desorientado, mira hacia su cuidador, su amigo. Este aparta la mirada para no llorar. Y poco a poco, el sueño se va apoderando de su cuerpo y la vida, cual fracaso, se va.

No tiene sentido que prosiga. Unas palabras que usa todo el mundo, ordenadas en unas frases tristes, no pueden calar tan hondo como unas imágenes. Pero ni esas imágenes pueden calar tan hondo como las rejas que separan sus patas de nuestras manos. Los ojos desesperados por salir. El silencio roto por los ladridos desesperados. Nuestras ansias desesperadas de llevárnoslos a todos, y la forma en que se arrojan sobre nosotros cuando escogemos al que más pena nos daba, rogándonos que los llevemos contigo. Los llantos. El olor a perrera. El sentimiento en sus ojos de que su vida no ha valido para nada.

Amigo, no te pido que los adoptes. Hay casas donde simplemente no hay camas.. No te pido que los ayudes. Algunas personas apenas tienen para llegar a fin de mes. No te pido que te vuelvas un influencer de este tema y que retuitees cada día las noticias de perros abandonados. Algunos, me incluyo entre ellos, no pueden expresarse bien con palabras, y otros prefieren reservárselas para una cita.

No te pido que me digas que este texto te gusta. Es una crueldad hacerlo. Solo te pido que, por favor, hables con quien puedas de esto y pongas tu granito de arena para acabar con el abandono animal. Solo un granito. Con un solo alma que saquemos y demos un hogar, el ínfimo precio que estas palabras tienen, en comparación con su vida, quedará más que saldado. Hoy somos un simple blog escolar, mañana podremos ser la esperanza de tantos de ellos. Y la diferencia puedes ser tú.


José Javier Ramírez

José Javier Ramírez