Reflexión
Aunque pueda parecer a veces que los antibióticos nos han acompañado desde hace tiempo, la verdad es que apenas llevan con nosotros un siglo. En muy poco tiempo, gracias al papel que juegan sobre nuestra salud –dependiendo de a quién se pregunte, el bien más precioso del que disponemos–, han saltado de boca en boca hasta formar parte de la vida y cultura común. Lo que no ha llegado tan lejos es la importancia que tiene hacer un uso correcto de ellos o, diciéndolo mejor, los peligros que puede conllevar su uso incorrecto.
Lo primero a recalcar es la importancia de no abandonar el tratamiento antes de tiempo. En el mundo de prisas y comodidad en el que vivimos, es fácil olvidarse de alguna toma, y más cuando ya no notamos los síntomas que nos hicieron ir al médico en un primer lugar. Sin embargo, hay que recordar que los microbios más resistentes aguantan las primeras tomas y suelen sucumbir en los últimos días de tratamiento. Por lo tanto, ignorar estas últimas tomas les da la oportunidad de sobrevivir, multiplicarse, y causar otra infección más difícil de tratar que la anterior. Ya lo dijo Alexander Fleming, descubridor de la penicilina, en su discurso de aceptación del Premio Nobel en 1945: “Existe el peligro de que un hombre ignorante pueda fácilmente aplicarse una dosis insuficiente de antibiótico, y, al exponer a los microbios a una cantidad no letal del medicamento, los haga resistentes”. Para hacer frente a este problema, por tanto, se ha de evitar la mentalidad de “tomo el medicamento para encontrarme mejor” y, en su lugar, tener como objetivo “matar al microbio que me estaba causando malestar”.
Paradójicamente, otra costumbre que causa problemas relacionados con los antibióticos es tomar demasiados. Se puede atribuir tanto a los médicos o farmacéuticos, que en ocasiones los recetan ante la duda de que la infección sea bacteriana, como a pacientes. En primer lugar, nos podemos encontrar con la resistencia comentada anteriormente – los microbios se encuentran en tantas ocasiones al antibiótico que se acaban habituando a él. Pero en este caso aparece un problema adicional, que es el desajuste de nuestra flora intestinal. En nuestro cuerpo habitan innumerables microorganismos que nos ayudan a realizar funciones vitales como la digestión y que pueden llegar a participar en nuestro estado de ánimo y salud general. Los antibióticos en ocasiones no distinguen entre estos habitantes bienvenidos en nuestro cuerpo y patógenos externos, destruyéndolos a todos y, en consecuencia, causándonos daño al intentar curarnos de la enfermedad. El consumo habitual de antibióticos hace que la probabilidad de que esto ocurra se incremente significativamente.
En conclusión, en lo que se refiere a antibióticos no hay que pecar de poco, pero tampoco de mucho. Se deben reservar a ocasiones en las que verdaderamente se necesiten y, en esos casos, llegar hasta el final del tratamiento para mantener una posible reinfección a raya. La solución pasa por desarrollar y mejorar los métodos de diagnóstico que permitan distinguir si una infección es vírica o bacteriana, y, ante todo, por conseguir una mayor concienciación de la población. Un mayor énfasis en este tema en el colegio o recordatorios constantes en los centros de salud, hospitales y farmacias, son medidas que nos pueden ser útiles en nuestra lucha contra lo que se ha reconocido en todo el mundo como uno de los mayores problemas de la sanidad pública actual.