Reflexión
Un hombre lleva horas caminando en la calle entre los carros. En el brazo derecho tiene a su hijo cargado y, en el otro, una bolsa llena de chupetas azules que desde hace años intenta vender durante todo el día. Es la hora pico, en la que el humo de cientos de carros ciegan su vista e invaden su olfato, el momento en el que se vuelve consciente del peso de su hijo y de la bolsa, y siente el ardor intenso de sus músculos débiles. Pero es justamente el momento en el que no puede parar, en el que tiene la oportunidad de ganar el dinero suficiente para comprar algo de comer que le de fuerza para continuar al día siguiente.
Pero nadie baja la ventana de su carro. A las pocas personas que lo hacen para comprarle, les da chupetas de más en agradecimiento, sin calcular la pérdida material que significa para él. El sol se esconde, y los gruñidos de su estómago y el de su hijo rugen más fuerte. Abandonando la calle, piensa preocupado en la cara que pondrá su esposa cuando llegue a casa con las manos vacías.
La ficción no caracteriza esta historia, sino la realidad que vive gran parte de la población de un país que muere con el pasar de los días. La vi con mis propios ojos detrás de la ventana de uno de esos carros en la calle. La vida de ese hombre y su hijo gasta sus latidos en la misma calle todos los días. Para ellos, vender toda la bolsa de chupetas azules para poder comer es su único sueño. En sus mentes no hay espacio para pensar en otras cosas. Detrás de mi ventana, me siento inútil. Sé que comprarles una chupeta no es suficiente, ya que ellos ni siquiera deberían estar en esa situación. Sin embargo, ver los ojos cansados y apagados de ese hombre y su hijo, me recordaron el porqué de mi vocación periodística.
Situaciones así, en las que lo anormal se disfraza como lo normal, encienden mi inquietud, y el periodismo actúa como la única herramienta para calmarla. Me da un punto de inicio, una historia y una persona para mostrar los huecos y las corrupciones del sistema. Cuando la mayoría sigue, yo me detengo para descubrir la realidad y la esencia de un ser humano entre los billones.
No solo se trata de mirar, sino de conocer el verdadero modo de ser de la persona, de ponerse en sus zapatos para comprender sus sentimientos. El fin es lograr expresar en un número determinado de palabras, con la mayor exactitud y empatía, los gritos reprimidos de la persona. Conocer otras realidades nos recuerda nuestro humanismo y nuestro propósito en esta vida finita. Si nadie deja nuestro ser por escrito, ¿quién se encargará de dar testimonio de nuestra existencia y de la huella que dejamos con nuestras acciones? El ser humano se olvidaría de la belleza de su complejidad y del sentido de sus latidos.
No cuento realidades para mostrar lo negativo, sino para mostrar la luz en la que la oscuridad no tiene lugar. Queda en cada uno interpretar el significado desde la perspectiva que elija. La necesidad de un hombre de vender una chupeta azul para sobrevivir sirve para mostrar las consecuencias que se sufren de las acciones de otras personas enfermas de poder, pero, también, para demostrar la fortaleza del amor de un padre por su familia. En cada escenario negativo, el ser humano se adapta y persiste hasta vencer. Para mí, el periodismo representa la luz que ilumina esa verdad para no perdernos en el laberinto de nuestra complejidad. Las voces hablan, pero necesitan de un oído auténtico y dispuesto para ser escuchadas hasta en los rincones más sordos.